"Elle est triste elle fait valoir
Le doute qu'elle a de sa réalité dans les yeux d'un autre."

En exil, Paul Eluard.

sábado, 30 de mayo de 2015

Cuando ya no soy yo la que se marcha. Historia de un à bientôt.

Todo es muy raro -dijo Greta- Te pasas media vida tratando de llegar a un punto desde el que no puedas volver y otra media intentando encontrar el camino de regreso”
Benjamín Prado, Raro.

Tres millas de distancia no cuentan cuando existen serios motivos para recorrerlos”
Jane Austen, Orgullo y prejuicio.

Creo que la distancia me ha hecho más egoísta. Y también creo que en estos 9 meses (¿ya?/¿sólo?) el francés no es precisamente mi principal aprendizaje, pero tampoco mi principal defecto. Pues, ante todo, he hecho un curso intensivo en saber relativizar. (Bueno, seguimos en ello). Y relativizar significa no cargarse el mundo sobre los hombros (The Beatles decían a Jude que don't carry the world upon your shoulders) Interiorizar de una puñetera vez aquello de que no tenemos nada (ni somos, que diría Evaristo), por lo que no hay nada que perder. Y, sobre todo, dejar de pensar en mi pequeña tragedia cotidiana como si fueran las siete plagas. Y aprender a relativizar el egoísmo de querer que todo el mundo se acuerde de mi cada día, que me envíen cartas cada semana y que me digan que están deseando que vuelva, como si el ellos no tuviesen ya su propia vida. Pero supongo que a todos nos pasa, ¿no?, al fin y al cabo necesitamos sentirnos queridos, imprescindibles desde el momento que tenemos la suerte de querer y de necesitar a determinadas personas. Porque qué sería de la vida sin reciprocidad.

Aprendo a combatir mi egoísmo justo en el momento en que ya no tiene sentido que nadie me diga aquello de “no quiero que te vayas, quédate conmigo”, sino que los roles se invierten y ya no soy yo la que se marcha, sino la que se queda. Justo en el momento en que todos hemos aceptado mi abandono indefinitivo de mi casa, mi barrio, mi ciudad, y cuando casi sin darme cuenta me he forjado otra casa, otro barrio y otra ciudad. Cuando las llamadas de skype, las cartas se van poco a poco extendiendo en el tiempo, porque tanto los que quedaron como yo (aunque a mí me haya costado bastante más) nos hemos dado cuenta de que estos malditos kilómetros no van a ser capaces de romper los lazos. Cuando he vuelto de visita pero sin perder la sensación de que sigo perteneciendo a ese paisaje a pesar de todo. Entonces, justo en ese momento en el que he superado el síndrome de Estocolmo primero, y luego el dolor de sentirte parte de dos sitios a la vez cantando, como The Clash, si debo quedarme o irme (should I stay or should I go), y aunque siga haciéndome un maldito lío con el aquí, el allá, el ici, el , justo entonces, dejo de ser la que se marcha para ser la que se queda.



Ella se llama Ana, tiene la piel suave y dejó su paradisiaco Río de Janeiro por unos meses para lanzarse a la aventura francesa. Y estoy segura de que para ella el francés tampoco fue su principal aprendizaje. Ana vino, se enamoró y nos enamoró a todos, viajó, sonrió, se hizo un tatuaje, siguió sonriendo, bailó, aguantó el frío y se fue. Con Ana rodé de risa por el suelo cuando un camarero nos trajo un café en vez de las patatas fritas que habíamos pedido. Con Ana terminamos hablando portuñol hartándonos de las batallas lingüísticas de nuestros respectivos acentos y el francés. Ana me ha regalado mucho más que un foulard que vio en Berlín y le recordó a mi, una decena de postales, dos fotografías nuestras dedicadas y una bolsa llena de libros que no le cabían en la maleta de vuelta. Con Ana no he solamente descubierto los mejores lugares de Lyon. Yo aprendí a vivir con sus tardanzas a las citas, y ella con mis horarios locos. Por Ana he dado gracias al azar que hizo que nos encontrásemos en un domingo de septiembre, entre tanto estudiante Erasmus y una Rocío que hizo acto de presencia buscando compañía en ciudad ajena, pero que terminó encontrando amistad.

Ana llegó ayer tarde a nuestra cita en aquel restaurante para despedirnos, antes de que hiciese su último viaje por Italia y cruzase el océano. Como desde el primer día que nos vimos, pedimos las dos el mismo plato. La primera vez fue una crepe de nutella, ayer fueron unos macarrones al pesto. El camarero era portugués y ella le habló en su idioma nativo. Comimos bastante calladas y no hicimos excesivas florituras en nuestra despedida. La abracé, y le dije à bientôt, porque no será un adiós. Le prometí que iría a Río, independientemente de que ella antes decida volver a cruzar el charco.

No le dije adiós porque mi experiencia al otro lado de la trinchera, en el campo de batalla de los que se van, me enseñó eso. Porque ahora soy yo la que me quedo. Me quedo en una casa, un barrio, una ciudad que terminaré haciendo mía, y ahora es otra persona la que se me va. Una ciudad que el mismo día que se marcha Ana, viste sus principales plazas con flores. Se va de esta ciudad a la que le debo el gusto de haberme dado flores como Ana. Ana que se marcha de donde yo me quedo. Se marchó Ana ayer, pero mañana serán otras flores. Flores que volverán a deperdigarse por los dos lados del Atlántico, del mismo modo que yo me desperdigo. Flores que dejamos polen allá a donde vamos, y de vez en cuando algún pétalo, por eso nos vamos reconstruyendo. Ya lo decía Benedetti, mi noción de patria es esta urgencia de decir "nosotros". Nosotros, que nos vamos y nos quedamos al mismo tiempo. Nosotros, que aprendemos cada día, pero que nos olvidamos de pisar el freno, de soltar amarras, de renunciar. En fin, que nos olvidamos de decir adiós.





lunes, 18 de mayo de 2015

La falta de motivación.


"El futuro no es
una página en blanco
es una fé
de erratas."

Mario Benedetti (en los 6 años de su muerte). 

"Asumirse los fueros 
es no dictaminarse. 
Me publico completo, 
me espero mejorable 
desde mi parlamento 
de guitarra sonante. 
Tocando fondo nací un buen día, 
tocando fondo ando todavía."

Silvio Rodriguez. 


Tercer fin de semana consecutivo en el que libro. Me estoy malacostumbrando. El sol ha vuelto a escaparse, como arrepintiéndose de haber hecho acto de presencia en nuestras grises vidas lionesas, al más puro estilo del mito de la caverna. Se nos ha ido el sol, que era algo más que una metáfora y lo había recibido como un verdadero chute de energía para ver la vida de otra forma. Para empezar a tomar el café expreso que semanalmente me doy de capricho en una terraza. Para integrarme en la sociedad francesa y sus picnics. Para viajar sin el peso del paraguas y desempolvar las camisetas de manga corta que hasta ahora utilizaba para dormir.
Se nos ha ido el sol, la vitamina B12 y las excusas para este no tener ganas de nada. O de tener ganas de todo menos de cumplir con las obligaciones. Como diría Aute, “no sé que coño me pasa hoy, que no consigo saber quién soy”. Se nos ha ido el sol dejando un cartel de “vuelvo en cinco minutos” y nos ha dejado así, sin saber que hacer.
Y eso que sobre la mesa se acumulan los papeles, recordatorios, libros, cartas que terminar que escribir... Bajo la montonera debe de estar el ordenador. Efectivamente. Lo enciendo y echo a suertes por dónde empezar. Después de lanzar una moneda, escoger un papelito de una bolsa y echar un par de partidas de cartas conmigo misma, me lanzo al abismo. Hoy vamos a escribir las Lettres de Motivation.

Las cartas de motivación son la razón científica de por qué los franceses son tan asquerosamente chauvinistes. Desde pequeños les enseñan a venderse y a decir que son los mejores. Yo creo que lo aprenden justo entre el hablar y el andar. Los niños franceses empiezan a caminar diciendo que una antigua leyenda gala les nombró los elegidos para introducir el bipedismo en el mundo. Y que nadie se piense que exagero, pues sólo hay que ver su capacidad innata para adornar cualquier pasaje de sus vidas como si estuviera ya planeado, desde tiempos inmemoriales, para triunfar en su glorioso destino. El francés o francesa se quiere tanto a sí mismo porque tiene que escribir una carta de motivación semanal para ser integrado en la sociedad.
Pues una carta de motivación es un documento, de longitud variable, manuscrita o a máquina/ordenador en la que el sujeto en cuestión se postula como el candidato ideal para cualquier beca/estudios/trabajo etc. Hasta aquí, algo ajeno, pero no excesivamente extraño para los que venimos del otro lado de los Pirineos. Todos nos hemos vendido en una entrevista de trabajo (bueno, los que al menos son llamados para ir a entrevistas), más bien o mal. La diferencia es que el francés lo hace como acto irracional, impulsivo, por escrito e individualizado para cada ocasión. El francés se vende y tiene razones para ello, ya que, opte a lo que opte, quiera lo que quiera, toda su trayectoria profesional y académica ha sido pensada y ejecutada por y para llegar hasta ahí. El francés desde los 12 años sabe qué va a ser de su vida, por la simple razón de que él es y será el mejor, porque su país ha preparado y sigue preparando para ser el mejor. ¿O de donde vienen mentes privilegiadas como Descartes, Pascal, Marie Curie, Balzac? ¿De dónde su gloriosa historia de defensores de la libertad del género humano, la democracia y la fraternidad de pueblos (Sic)? Obviamente, de que llevan desde la época de Astérix entrenándose para ello, porque sabían desde antes de que Panoramix inventara la pócima que tomarían la Bastilla. Y lo de la matanza de Saint-Barthélemy, el colaboracionismo y el Frente Nacional son sólo etapas vencidas que les ha dado competencias extra.

En cualquier caso, ironía aparte, ante mi incompetencia por escribir una carte de motivación para la que no estoy en absoluto motivada, llamo a un amigo que ya está acostumbrado a lidiar con mis ataques de gabachofobia e incomprensión total hacia su cultura. Generosamente, se ofrece a ayudarme, y, asombrosamente, descubrimos que mi mayor incompetencia este vez no es de naturaleza lingüística. Que si littérature se escribe con una o dos “t” es lo de menos, que si por mucho que me empeñe en inventarme palabras, todavía eso puede tener solución (espero). El problema soy yo y el contenido que debería verter sobre la carta.
Porque, después de tres o cuatros fórmulas de politesse (con una o dos “s”, es lo de menos) se me plantean las preguntas a responder en mi carta:

-¿Por qué quieres estudiar este grado de desarrollo y protección del patrimonio cultural, especialidad de guía conferenciante (o como se traduzca)?
-Pues...ejem...Veamos... No sé, llevo seis años estudiando historia y no tengo ninguna vertiente profesional factible.
-Pero eso no vale, vamos a intentar girar la pregunta, ¿por qué quieres hacerlo en la universidad de Lyon?
-Pues porque en Madrid cuesta diez veces más.
-Eso tampoco vale, probemos con ¿dónde te ves dentro de diez años?
-No vayas por ahí, porque apenas sé qué quiero hacer de aquí a una semana.
-Pero alguna pretensión tendrás, no sé, ¿qué te gustaría que fuese tu vida? Intenta dar una respuesta en la que estudiar esto y aquí sea relevante.
-... Mira, mejor vamos a hacer una cosa. Yo te cuento varias milongas diciendo que mi verdadera vocación son los museos, y tú lo escribes con las dobles “t” y las dobles “s” necesarias. Porque en verdad, si tuviese respuestas a estas preguntas, creo que ni necesitaría hacer esta carta, ¿sabes? No me pasaría horas muertas delante de una hoja en blanco de word planteándome si hacer este dichoso trabajo de fin de master merece la pena. Sinceramente, yo ya no sé si Francia o España, si este grado o un otro master en a saber qué, y si intentamos hacer la maldita lettre de motivation o me rindo y abrimos una botella de vin rouge
-Mais tu es complètement perdue...
-Si yo te contara.... “Más perdido que el barco del arroz”, como creo que decía mi abuelo. Mi mejor amigo dice “más perdido que el alambre del pan bimbo”, yo “más perdida que un perro en un garaje”, aunque creo que eso me lo inventé (para variar). Tu sais, más perdida que Papa Noel en mayo, que un piojo en una peluca, que una puta en misa, que turco en la neblina.
-On peut dire aussi que tu es plus perdue que ta lettre de motivation.
-Brindemos por el nulo humor francés.

Y descorchamos la botella. 

lunes, 11 de mayo de 2015

Los colores que me hacen sentir bien.

No deja de estremecerme su miedo, ahora que logro distinguir el pasado y el presente en las blancas dunas de su cerebro. Al principio era difícil saber distinguir. Un suceso, para ser asimilado por ella, se mueve en medio de referencias pasadas. Estas constantes comparaciones me confundían hasta que me di cuenta del color. Cuando experimenta una sensación inmediata, el color es vivo, reluciente. No importa si es oscuro o claro. El negro del presente es un ala de cuervo a la luz de la luna; el rojo es sangre o sol de algunos atardeceres. En cambio, el pasado aparece opaco negro de piedras volcánicas, rojo de nuestras pinturas sagradas. En el pasado, los objetos y las personas emanan un eco apagado y redondo, que contiene nostalgias superpuestas y olores cóncavos. En el presente, las imágenes y los sonidos son lisos, planos y tienen el olor rotundo de las puntas de lanza antes del combate.

Gioconda Belli: La mujer habitada.



Una canción de Topo que le encanta a mi padre pregunta si te has parado alguna vez a ver/ los colores que estallan en Madrid/ cuando al salir del metro, en una tarde otoñal/ el sol se va. Pues claro que sí. Por eso empecé este blog hablando del cielo de Madrid. Por eso me reapropio de la repetida máxima de de Madrid al cielo, incluida en una obra de teatro del XVII (“Pues el invierno y el verano/ en Madrid solo son buenos/ desde la cuna a Madrid/ y desde Madrid al Cielo”). Y aunque mi cultura popular sea bastante limitada en según que aspectos, a veces tarareo aquel cuando llegues a Madrid, chulona mía/ voy a hacerte emperatriz de Lavapies.

Mi hermana dice que Lavapiés huele a falafel. Pero en Lyon hay una calle de apenas 50 metros (no como la calle Atocha, en la que hay más bares que en toda Noruega, según Sabina) en la que caben 7 kebab, uno detrás de otro. Y no, no huele como Lapaviés, en absoluto. Como tampoco la calle más bobo (bohemio-burgués, adoro esa palabra) de la Croix Rousse podría huele igual que las baldosas de Malasaña. Cada ciudad es un pequeño mundo, con sus colores, que muchas veces no sé interpretar. La canción de Topo dice en su estribillo que estos son los colores que me hacen sentir bien. Cada ciudad es un pequeño mundo, con sus colores, que muchas veces no sé interpretar, y no sé si me hacen sentir bien.

Pero, afortunadamente, de vez en cuando la vida nos da una buena y merecida hostia, de esas que físicamente no duelen, sino psicológicamente, y que parece que las estamos pidiendo a gritos. Y cuando resacosa de recuerdos, girando una y otra vez en el mismo carrousel de la nostalgia, parece que me ahogo, la merecida hostia me llega en forma de bote salvavidas. Una amiga me dice aquello que nunca debería olvidar: que no son las ciudades de las que nos enamoramos, sino de la gente que encontramos en ellas. Entonces me acuerdo de una canción de Ismael Serrano que dice que la ciudad parece un mundo cuando se ama a un habitante. Son palabras dulces al borde del Mediterráneo y yo, noqueada, desarmada y vencida, solo puedo mirarla a ella, mirar al mar, a la arena, al cielo, y sentir que sus colores me hacen sentir bien.

Y qué maravilloso es cerrar los ojos (o ni siquiera) y poder ver distintos paisajes, distintas ciudades, distintas compañías. Y que Montpellier de repente se convierta en Córdoba. O Barcelona en Lisboa. O Turín en París. O Lyon en Madrid. Y sentir que la vida es un viaje, qué otra cosa si no, en la que la gente migra, huye, se refugia, se acerca y se aleja. Gente que se mueve y que hace realmente especiales esas ciudades que echo tanto de menos. Esas ciudades con gente sencilla, que puede hacer maravilloso cualquier bar, cualquier playa, cualquier parque y hasta cualquier carretera. Gente que se mueve, como me muevo yo y se mueven en mi cabeza todas las ciudades cuyos colores me hacen sentir bien.

Así que, por favor, si alguna vez vuelvo a confundir dónde y con quién estoy, seguid (como dicen Benedetti y Pablo Milanés) llenando este minuto de razones para respirar. Seguid llenando el tiempo y el espacio de colores, más netos o más vivos, da igual. Y que Toulouse sea algo más que la ciudad rosa, Marsella vaya a más del blanco y azul de puerto de mar, y Lyon termine de desteñir el tono amarillento de sus edificios. Que estallen todos los colores, como en el cielo de Madrid.


domingo, 3 de mayo de 2015

Conversaciones con Marianne.

Somos los últimos residuos de la inteligencia europea. Habíamos creido generosamente que el espíritu podía revolucionar el mundo, y no era verdad”.
Juan Hermanos: La fin de l'espoir.

Me despierto.
París.
¿Es que vivo,
es que he muerto?
¿Es que definitivamente he muerto?
Mais non...
c'est la police.
Mais oui, monsieur.
-mais non...
(Es la France de Daladier
la de monsieur Bonnet
la que recibe a Lequerica,
la Francia de la liberté)
¡Qué dolor, qué dolor allá lejos!”
Rafael Alberti: Vida bilingüe de un refugiado español en Francia (1939-1940),


El general Lazare Carnot fue uno de los principales hombres de la Revolución Francesa. Compañero de Robespierre, fue diputado de la Asamblea Legislativa y de la Convención, miembro del Comité de Santé Publique y del Comité militaire, hasta que una enemistad con su anterior amigo le llevó al exilio en Alemania, aunque volvería a Francia para ser ministro del interior en el último gobierno de Napoleón durante los 100 Días. Luego volvería a exiliarse. Su hijo, Sadi Carnot sería un conocido físico y, su nieto, presidente de la III República Francesa. Fue precisamente él el que inauguró una plaza dedicada a su abuelo y a la República en el primer centenario de la Revolución, en 1889, en Lyon. Cinco años después, sería asesinado en la misma ciudad por un anarquista italiano.


Hoy la place Carnot, frente a la estación de Perrache, es uno de mis lugares preferidos de Lyon. Leí el otro día que la cantidad de calles, monumentos y plazas dedicadas a símbolos republicanos y nacionales franceses fue uno de los elementos que impulsó la reacción patriótica de de las ciudades del norte de Francia durante la ocupación nazi, cuando los funcionarios del III Reich comenzaron a retirar placas y conmemoraciones de la geografía urbana. No sé si el apego a su glorieuse histoire es tal como para aprobar esta tesis de nacimiento de movimientos de Resistencia, pero sí que es uno de los principales aspectos de la vida cultural (y chauviniste) francesa. La estatua de la alegoría a la República Francesa, Marianne, ofrecida por el pueblo francés en 1889, sigue presidiendo la place Carnot, entre franceses haciendo pique nique, un carrousel, estaciones de bicicleta, una fuente y las escaleras que conducen a la estación.




Marianne sigue allí, intentando llamar la atención de los lyoneses para recordarles aquellos principios de los que tanto presumen y de los que se reclaman herederos pero que no practican. Pero nadie le hace caso, nadie parece reparar en su presencia, y eso que ella se esfuerza por ser vista. Incluso una vez se colocó un cono de tráfico naranja en la cabeza. Pero nada. Y a mi me da un poco de pena, pues sigue conservando su apariencia joven y majestuosa, a pesar del paso del tiempo y el desgaste de la piedra que la forma. No puede ocultar lo que ella y yo sabemos: que hace ya mucho que entró en decadencia. Hace ya mucho que no pinta nada, como los viejos que se sienten inútiles una vez jubilados y que ya sólo les queda luchar por no ser enviados a un geriátrico. Y no es moco de pavo, porque la anciana Marianne es Francia, y Francia es Marianne. La nation. La patrie. Le peuple. Entonces, yo, de vez en cuando, me acerco a la place Carnot a hablar con ella, a hacernos mutuamente compañía.



Silvio decía que tú, Marianne, querías ser canción (“y Mariana, y Mariana, y Mariana quiere ser canción”). ¿Sabes? A mí también me gustaría. Seguramente elegiría ser una del propio Silvio, o, si no, de Serrat. Alguna poética, en todo caso. Tampoco me importaría ser Le Temps de Cerices, o La Internacional. Son letras con mucha fuerza. Y, sobre todo, con mensaje, certero y siempre lanzado al futuro. Por que qué es esta vida si no es intentar perdurar. Pero bueno, hablando de cerezas, el otro día terminé de leerme un libro de Montserrat Roig titulado así, Tiempo de cerezas. El eje central era el regreso de una muchacha de la burguesía catalana a Barcelona en 1974, un día después de la ejecución de Puig Antich, tras haberse marchado doce años antes, poco antes de la detención de Julián Grimau. Me pareció una gran crítica a la sociedad de este país, a la burguesía acomodada que luego encuentra su vida vacía por poco que rasques, aunque estén podridos de dinero.

 


¿Vosotros tenéis literatura así? Estoy segura. Al fin y al cabo, es una necesidad vital. Pero no serás capaz de negarme que la capacidad crítica no está muy extendida chez vous. O mira lo que han hecho contigo. Mucha liberté, mucha égalité, mucha fraternité escrito en los frisos de los edificios públicos, pero nunca he visto mayores contrastes sociales que aquí. En un mismo metro cuadrado puedes ver a un grupo de personas de etiqueta brindando con champagne en el primer piso y a un clochard tapado hasta las orejas durmiendo en el mismo portal. Y te lo digo yo, que en mi ciudad nativa quieren erradicar la mendicidad porque es nociva para el turismo (sic.). Que sí, que mucho contre nous de la tyrannie pero la Francia de Daladier y Bonnet de la que habla Alberti encerró a 450.000 republicanos españoles exiliados en campos de concentración a cagar frente a la playa. Y no me cansaré de recordarlo, hoy te lo digo a ti, pero cada vez que puedo, le cuento la historieta a alguien. ¿Que soy pesada, que me voy por la tangente? Puede. Pero vengo de un país donde reivindicar la justicia histórica es remover las heridas. Entonces sólo nos queda dar la matraca o confiar en la justicia poética, que es bastante más arbitraria y a veces llega demasiado tarde. Pero también es mi favorita.

Vaya, empieza a llover.... ¿Aquí llueve hasta en mayo, o qué? Bueno, parece más bien una lluvia tonta, chirimiri dicen en mi tierra, espantabobos en Colombia. En cualquier caso, deberíais estar ya acostumbrados. Aunque a veces prefiero pensar que no. Mira, hace un par de días fui a la manifestación del Primero de Mayo. ¡El Primero de Mayo! El día de todos y todas las obreras del mundo. Yo me esperé que en un país con la tradición sindical y reivindicativa como el vuestro, se trataría de una verdadera jornada masiva de, como decís vosotros, rassemblement populaire. Pero no. Por eso prefiero echar la culpa a la lluvia, o a la controvertida decisión de la red de transporte público lyonés de no funcionar en todo el día. Y esta misma indignación que ahora te comento, se la volqué al incauto amigo que aceptó acompañarme a la manifestación. “Sí, tienes razón” -me dijo- “hoy ya nadie viene a estas cosas. Sólo jóvenes exaltados y viejos de la edad de oro del comunismo” Ajam... si total, tranquilo -le dije- de allí de donde vengo las manifestaciones reivindicativas han dejado también de tener sentido para muchos. Pero vaya, me esperaba algo más de vosotros, el pueblo revolucionario por excelencia, ¿o no tanto?

Las comparaciones son odiosas, me dicen. Por eso, a lo mejor/peor, me estoy volviendo un poco patriota. Al final va a ser verdad que es necesario irse lejos para apreciar lo que tienes. A lo mejor deberías hacer tú eso, desaparecer a ver si alguien te echa de menos en vez de ponerme un cono en la cabeza. Como en 1940 cuando los nazis quitaron tu retrato de la Sorbonne. Bref, otra cosa que me sorprendió del catastrófico Primero de Mayo es la gran cantidad de canciones en castellano que pusieron desde los coches con las banderolas de los distintos sindicatos, partidos y organizaciones. Desde el A las barricadas al Bella Ciao versión Boikot. “Es que para nosotros el español es la lengua de la revolución, ya sabes, Guevara, Castro, Zapata”. Vaya.... pues para nosotros el francés es la lengua de los burdeles- le respondí, sin ninguna mala intención. “¿En serio? Yo pensé que era la lengua de la diplomacia, de la política, de los altos affaires internacionales”.


Lo siento, mon cherie, camarade. Eso ya no es plus jamais. La belle époque pasó. Y lo digo en serio, a veces creo que las esperanzas se terminaron en 1945. Sobre todo para vosotros o, mejor dicho, sobre vosotros. Y tú, Marianne, la que quería ser canción, estarás de acuerdo en esto. O si no, mira lo que han hecho contigo...