"Elle est triste elle fait valoir
Le doute qu'elle a de sa réalité dans les yeux d'un autre."

En exil, Paul Eluard.

domingo, 21 de febrero de 2016

Los lugares en los que no pasa el tiempo.


A ti, que me haces bien.


-Hay lugares en los que no pasa el tiempo.
Reflexionas sobre Lyon, Madrid, Bogotá, quizás Montpellier, puede que incluso París, pero en el fondo sé a lo que te referías.
-Como el Boston
-Como el Boston.

El Boston es el bar con peor fama de Lyon, pero es nuestro bar. La precariedad económica nos trajo a este inmenso pub (mejor dicho), imposible de frecuentar después de medianoche, donde entrar conlleva enseñar el pasaporte, ser registrado, despojado de botellas de agua vacías,  y soportar algún chiste malo de estos tan franceses.

Pero nuestra mesa esta ahí, esperándonos, aunque ya no vengamos tanto. Se me había antojado un pastis tras descubrir que Vichy prohibió la prohibición de aperitivos "comme le pastis" para regenerar la raza. Lo que no sabía el mariscal Pétain, es que esta raza es irregenerable. 

Nuestra mesa nos espera, y hablamos, mientras pasado, presente y futuro se funden en el discurso. Lo de que no pasa el tiempo lo decías por algo. No puedo vencer mi lado pedante y saco un libro del bolso en el que se cuenta el ya conocido como l'affaire pastis. Recuerdo otra ocasión en la que también llevé intelectualoidemente un libro a una cena con amigos, y lo recomendé en voz alta, como si fuese una vendedora de la enciclopedia Espasa, asegurando que era la mejor guía turística europea sobre la India. Era la vuelta al mundo en ochenta días.

Se nos agota el tiempo para hacer planes, al menos a medio plazo (el único que existe, en verdad), pero no importa, porque es lunes, aquí estamos riéndonos del reloj y del calendario. Nos reímos de Parménides, sin saber el pobre que se baña cada día en un río distinto. Y es un sabor que no cambiaría por nada. 

Ya entiendo lo que querías decirme cuando sacaste a Bogotá y a Madrid en la reflexión sobre el no-paso del tiempo. Te refieres a esta vida de precipicio que llevamos, en todos los sentidos. A este sabor de rutina que no existe, en los que cada día es un nuevo amanecer, y nada parece ligado, por eso perdemos la sensación de progreso. 

Como el almendro que desafía al invierno con su prematura flor. La más bella de todas.
Como los caramelos de café que mi madre me mete en la maleta cada vez que vuelvo a casa.

Como un "te quiero" dicho junto al "buenas noches" no tan rutinario como debería ser.

Como el poema de Benedetti, del libro que me regalaron mis amigos, a pesar de que a ninguno les gusta.

Como esta canción que escucho tanto últimamente, más conocida por estar en la banda sonora de Bajarse al moro

Como el olor a mandarinas del invierno. Y el nuevo descubrimiento para cuando salen ácidas: hacer mermelada.

Como volver del trabajo y pasar a comprar la última baguette que queda en la panadería.

Como cruzar el puente Wilson en bicicleta de noche, y no saber a que lado mirar, los dos son preciosos.

Como volver a escuchar a Cat Stevens. How many times must I see the same old things, when all I should be seeing is you.

Como hacer planes, total, últimamente no los cumplimos nunca.


-Tengo un nuevo vaso en mi vajilla.
-¿has estado en Boston?
Estos vasos de plástico son a veces la única prueba que tengo de que pasó el tiempo.

domingo, 7 de febrero de 2016

La muerte del sapin de Noel


"-¿Y a qué te dedicas tú?- me preguntó Mercè el día que nos conocimos, en esta misma azotea, ella tendiendo su ropa y yo contemplando la ciudad como hago ahora.
-A nada- le sonreí.
-A algo te dedicarás...
-A perder el tiempo- le dije yo mientras ella me observaba con la curiosidad indisimulable de quién sospecha de que le están mintiendo.
-No es mal trabajo- me respondió con una sonrisa.
-No está mal-le dije yo"
Julio Llamazares: Las lágrimas de San Lorenzo

"Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado"
Silvio

Desperté hecha un ovillo junto a una señora demasiado grande con unas bolsas de la compra también demasiado grandes para los espacios de los asientos normativos del tranvía. Últimamente me ocurre que me despierto desorientada, sin saber cuál de todas las camas en las que he dormido durante los últimos meses es esta. Sin saber si el parque del otro lado de la ventanilla es Parrilly o el parque del Oeste. Como la típica escena de película en la que el personaje despierta sin acordarse de nada en la noche anterior y mira debajo de las sábanas para saber si está desnudo.

Últimamente no deshago las maletas

y sigo peleándome con los aeropuertos.

Últimamente olvido pasar las páginas del calendario y de repente me encuentro en un autobús atravesando Francia. Por eso, cuando las paso, intento evitar hundirme en la fugacidad del tiempo. 

Últimamente, últimamente es una palabra prohibida, y nosotros unos reincidentes. 

Desperté entonces sin saber muy bien si era viernes, si me había quedado dormida o no, y si es así no es para tanto, sin saber de dónde venía.

Porque hace unos días empezó a nevar, pero a nevar de verdad, y en el ascensor habían colgado un cartel en el que invitaban amablemente a los vecinos del inmueble a reciclar sus árboles de navidad dejándolos en la place Flammarion. Había empezado a nevar, y no pude evitar mirar por la ventana con miedo, mucho miedo a volver a hundirme en enero.

A veces tenemos que hacer un ejercicio de abstracción y salirnos de nosotros mismos para mirar desde fuera, con perspectiva espaciotemporal (¿qué es, si no, la distancia?) y vernos. Y valorar qué estamos haciendo en este tranvía recién despertados. Sí, hace aproximadamente un año nevó en Lyon, o eso pensaba yo. Porque era miércoles, y me lo pasé encerrada en la casa trabajando y no fue hasta la noche cuando al hablar con una amiga, me dijo que en su barrio no había nevado. Yo deduje que la nieve solamente había caído sobre aquella casa, como las mil plagas y las mil pruebas que los dioses del Olimpo parecían lanzarme cada día en aquellos tiempos. 

Intento salir de mí y mirarme, pero sigo teniendo pesadillas en las que pierdo vuelos, en los que me encuentro en medio del Pont Bonaparte arrastrando mis maletas sin saber a dónde ir (“más sóla que una maleta olvidada en la Gran Vía”, decía Sabina) 

Y me preguntan, “oye, ¿y cuándo te vuelves a España?”

Y me preguntan, “oye, ¿pero estás contenta?”

Sí, claro que estoy contenta, o debería, o al menos no hay razones para no estarlo. Me abstraigo, me salgo, como el narrador omnisciente de estas crónicas, comparo. Claro que estoy contenta, mañana se acaba enero. Y lo que es mejor, no he sucumbido. 

“¿A qué? ¿a la cuesta...?

No, no lo digas, porque no es eso. Enero es un estado de ánimo, es aquella sensación. Lloraba mientras hacía tortilla de patatas, eso es enero. Enero es nuestro peor enemigo, son las dudas, es el hastío. Enero es todo lo que dejé atrás cuando empecé a escribir en este blog. 



Enero este año está terminando mientras vuelvo a coger el RER (sí el RER) que lleva a Saint Michel Notre-Dame, tomándolo estratégicamente en la gare d'Austerlitz. Paso junto a un grupo de chicos. 

“Bon appétit”, me dicen, refiriéndose a mi panini de mozzarella. 

Luego, solamente con mi “merci”, reconocen mi acento y me hacen algún chiste malo en español. 

Yo sigo andando, huyendo, pero sin apretar el paso, para disimular mi fuga, como si no les hubiese escuchado, o mejor, como si en realidad no comprendiese el español y no me hubiesen pillado. Pensando en identidades alternativas (quizás si me preguntan, puedo hacerme pasar por italiana), me subí al último vagón. 

Cerré los ojos, como cuando los niños pequeños lo hacen para esconderse -si no veo nada, a mí tampoco me ven- y me dejé llevar por el chup chup de las vías. Quizás cuando volviese a abrirlos, ya no fuese enero, o mejor, quizás estuviésemos en otros eneros, como el de hace cuatro años, cuando vivía en esta ciudad y tomaba cada día el RER para ir a la universidad. Podría dejar de ser enero justo cuando llegase a mi destino y la megafonía anunciase que estábamos en Saint Michel Notre-Dame, Saint Michel Notre-Dame... ¿Estaría nevando allí afuera?

Abrí los ojos echa un ovillo, con el panini a medio comer y sin saber si me había quedado dormida. 

Qué curioso, cualquiera diría que enero fuera como los sapins de Noel, que se reciclan.