"En otras ocasiones a Agustín le gustaba el barullo de la estación de Atocha, allá en su hoyo, el pitido de los trenesm el olor del carbón de las locomotoras, el abolengo que adquieren las maletas por sus etiquetas multicolores. Había viajado un poco y esperaba viajar más. Un vagón de ferrocarril es una cosa muy seria a los veinte años"
Max Aub: Las buenas intenciones.
“Los
viajes que trajeron a otros vistiendo nuestros cuerpos”. Ahora que
vuelvo a subirme a un avión, esta frase resuena en mi cabeza. Sé
que no es mía, pero tardo unos segundos en darme cuenta de dónde la
he sacado. Le pongo música y eureka, es de Ismael Serrano. Este año
por mi cumpleaños me he hecho una lista de reproducción con 24
canciones. Aquellas que me han acompañado el último año de mi
vida, el año de las decisiones, de los volver a empezar, del qué
coño hago yo aquí y del cuál es el aquí y cuál es el allá. Son
las canciones que escuchaba cada mañana, en los trayectos de una
punta de Lyon a la otra que terminaron por constituir mis momentos de
paz en los días más locos, las que tarareé y las que amenizaron
aquellas veladas entre amigos que me hicieron curarme de mis heridas
geográficas.
Lo
que nos trajo aquí.
“Hay
flores secas en esta mañana
y
una resaca de pasarme de ti
me
entra frío en el porvenir
no
tengo abrigo y cierro la ventana”
Carlos
Chaouen.
Vinimos
buscando un sitio en el que acampar. Igual que fugitivos perdidos
amnésicos de donde huían, robinsones sin Viernes y sin isla,
exploradores sin brújula y sin carabela. Sin diez cañones por
banda, sin viento en popa, pero a toda vela, dejamos nuestros
bártulos a una altura indefinida del camino. Algunos admitimos que,
cansados de vagar por la cuarta dimensión, amarramos en el primer
puerto, otros buscamos excusas y otros disfrazamos el azar con el
barniz de que todo estaba previsto de antemano. Ninguno sabíamos qué
había sido exactamente lo que nos había traído aquí, pero aquí
estábamos.
Más
o menos ligeros de equipaje, este apenas consistía en recuerdos y
manías en unos casos, mientras que otros nos empeñábamos en la
sugestión de lo material, y todavía algunos viajamos solamente con
la determinación de olvidar anteriores naufragios. Llevábamos
flores secas, resacas y necesidades que subsanar a sabiendas que aquí
no lo haríamos. Vinimos buscando tierra virgen en la que asentarnos,
o quizás solamente una estación o apenas un ave de paso. El
aprendizaje, en todo caso, aunque también en gran parte la
enseñanza, el sentirnos útiles, sobre todo válidos, capaces,
dispuestos a darlo todo por la nada y a sentirnos dueños de nuestro
mismo camino. No importaba si nos ahogábamos, sin nos comportásemos
cual cangrejos o si el tiempo y el espacio se paraba a nuestro
alrededor. No importaba, porque nosotros caminábamos, quién sabe
hacia dónde, bueno, sí, hacia Lyon, pero quién sabe por qué, por
cuánto y sobre todo, cómo.
Lo
que nos salvó
“Algunas
veces, mejor no preguntar,
por una vez que algo sale bien,
si todo empieza y todo tiene un final,
por una vez que algo sale bien,
si todo empieza y todo tiene un final,
hay
que pensar que la tristeza también
se va ”
se va ”
Jorge
Drexler
Cuando
era pequeña leí un libro de una niña llamada Anastasia. Sus padres
le dieron un día la noticia de que iban a mudarse de barrio, pero
ella puso como condición sine qua non que su habitación
estuviese en una torre. Sorprendentemente, la familia encontró una
casa con una torre para el capricho de Anastasia. Pero lo más
importante de la historia era su extraño pasatiempo: hacer listas.
Listas de cosas que le gustaban, que no, de pros y contras (obvia),
de cosas hechas o todavía por hacer... Yo en mi faceta imitadora,
intenté copiar esta particularidad. Creo que ahí nació mi amor por
los cuadernos de distintos colores, formas y texturas con el único
objetivo de escribir en ellos n'importe qua, así como mi
facilidad por dejar las cosas a medias.
En
enero de 2015 hacía mucho frío, tomé un folio y lo dividí en 31
pedazos. En ellos escribí 31 cosas que me gustan, del tipo de
comprar una barqueta de fresas en el mercado, dar un paseo en bici o
ir a un mirador y pasar unos minutos contemplando Lyon. Introduje los
papelitos doblados en una caja con forma de Papa Noel que un día
contuvo lacasitos y me concedí el capricho diario de tomar uno cada
día, con el fin de realizarlo y disfrutar de las cosas bellas de
cada día. Aunque luego el pragmatismo se impuso, y el día que Papa
Noel me aconsejaba ir al parque llovía, o cuando podía permitirme
comprar el periódico y leerlo junto con un café no tuve ni 5
minutos libres, recuerdo que justo el día que tenía mi examen de
francés, tomé un papel que me decía “Sal a la calle y canta”.
Entonces, terminado el examen, y con apenas 7 minutos para salir de
Bellecour, atravesar el Pont Bonaparte, comprar el pan, tomar el
funicular en Vieux Lyon, rodear Fourvière e ir a trabajar, me puse
los cascos del móvil, pulsé en reproducción aleatoria y grité a
los franceses que me miraron con esa expresión suya de superioridad
deciochesca que todo empieza y todo tiene un final, hasta la
tristeza, el frío e incluso las preguntas retóricas.
Lo
que nos atrapó
“Mais
si nos mains nues se rassemblent,
Nos millions de cœurs ensembles.
Si nos voix s'unissaient,
Quels hivers y résisteraient?”
Nos millions de cœurs ensembles.
Si nos voix s'unissaient,
Quels hivers y résisteraient?”
Zaz
Yo
terminé de extraer los 31 papelitos del Papa Noel en aquellos meses
de invierno. Todavía era febrero, pero ya empezaba a salir el sol y
la persona 1 rodó de risa por el suelo cuando me golpeé con el
cristal de una puerta que no se abrió en un tren con origen de
Toulouse en la estación de Barcelona. Luego la persona 1 esperó dos
días con sus noches en el aeropuerto Charles de Gaulle antes de
cruzar el océano. A ella, que vivió entre tinieblos, Francia
también la había atrapado.
Pero
quizás no salió de todo el sol hasta que me bajé en otra estación,
la de Montpellier y rodé yo de risa por sus playas viendo como la
persona 2 disfrutaba de una canción de Joaquín Sabina como si
descubriese en ese instante lo que era la belleza. Algo del espíritu
de la persona 2 tuvo que quedarse en el Mediterráneo, pues mes y
medio más tarde, a la orilla de la Saone, ya en Lyon, sus chanclas
se escaparon con la corriente buscando reencontrarse con el mar, a la
altura de la playa en la que la persona 2 había quedado atrapada.
La
persona 2 regresó a sus orígenes transalpinos, donde la cerveza es
más barata y el Danubio más respetuoso, pero con la promesa de que
si Lyon no cuidaba de los que quedamos entre sus brazos, antes de
dormir bajo uno de sus puentes, huyésemos a la capital de Sisí. No
sé si el hechizo de la ciudad en la que acampamos como fugitivos
amnésicos armados de recuerdos nos soltará, pero la persona 3 y yo
tenemos claro que seguiremos viajando y dejándonos atrapar. A mí
ella ya me han atrapado sus narraciones bogotanas, su optimismo
contagioso y su capacidad de caminar absorbiendo todo su alrededor.
La persona 3 me confiesa que ella es muy intensa, y es cierto, por
eso le queda tanto que tomar de esta ciudad que ella y yo sabemos que
terminará atrapada.
A
la persona 4 Francia también la ha atrapado, y como en las
verdaderas historias de amor, tras esfuerzo, preocupaciones e
impotencia, va a devolverle parte de lo que la persona 4 había
renunciado por ella. La persona 4 ilumina cuando sonríe, ella es
pura melodía, y aunque bien sabemos que el sonido no se puede
atrapar, Lyon ha quedado marcado por su música.
Por
eso, en esta noche en la que los aeropuertos han vuelto a jugársela
a la persona 5 (servidora), no puedo evitar pensar en que la ciudad
también me ha atrapado a mí. Por eso la miro, la acaricio y le
confieso que “Volveré”. Claro que volveré, aquí he dejado mis
maletas llenas de nostalgias, he jugado a la ruleta rusa con mis
incertidumbres y he empezado a hacer otra lista en un cuaderno de
colores. ¿Será esta vez la buena? Quién sabe. Por lo pronto, puedo
afirmar, orgullosa, que junté mis manos, mi corazón, mi voz y,
finalmente, el invierno no nos resistió.
Como una galleta con virutas de chocolate.
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