¡Dulces palabras que brotáis del corazón, asomáis al labio y morís sin resonar apenas, mientras que el rubor enciende las mejillas! (...) ¡Vosotros sois la poesía, la verdadera poesía que puede encontrar un eco, producir una sensación o despertar una idea!
Gustavo Adolfo Bécquer, Cartas literarias a una mujer¿Por qué no estoy allí?, te preguntarás,¿Por qué no he tomado ese bus que me llevaría a ti?Porque el mundo que llevo aquí no me permite estar allí.Porque todas las noches me torturo pensando en ti.¿Por qué no solo me olvido de ti?¿Por qué no vivo solo así?¿Por qué no solo....Mario Benedetti
Eran
las tres de la mañana y subía la calle de la République en
bicicleta. Al final se me había hecho un poco tarde, pero la verdad
era que el día había dado de sí, aunque pensando en lo que tenía
que hacer al día siguiente me decía, “pedalea, pedalea, pedalea
más fuerte”. Como en la canción de Chico Buarque, la vida moderna
va tan rápido que los obreros caen de los andamios, pero el tráfico
debe seguir, no debe ser perturbado, el pedaleo no se interrumpe, y,
sobre todo, el día debe dar de sí. Me acordé de Chico Buarque,
pero aquella noche escuchaba justamente esa canción de Silvio en la
que anuncia que en este día no sale el sol, sino tu rostro. Seguí
pedaleando.
Al
día siguiente me esperaba una entrevista de trabajo, una más, y
luego ir a recoger a un buen amigo a la estación. “Pedalea,
pedalea”, decía yo, para así llegar a aquella plaza que también
conozco, en la que ya había aparcado tantas otras veces, pero nunca
a las tres de la mañana. Pedaleé y dejé la bicicleta. El Ródano
apenas se ve brillar desde la place Tolozan, pero sabemos que está
ahí, majestuoso, atravesando la ciudad y abrazándo su parte más
delicada, aquella que no llega a ser una isla. Si siguiese la
corriente, llegaría a Marsella, anda que no lo he pensado veces.
Recorrería Lyon de punta a punta, hasta allá donde (se cruzan los
caminos) se reúne con el Saona para seguir juntos hacia el
Mediterráneo. “Pedalea, pedalea”, diría a mi barca imaginaria.
Luego en Marsella no sabría muy bien que hacer, pero los viajes al
sur tienen este especial aroma a jabón de Heno de Pravia, que hace
soñar.
“Sueño”
en francés se dice de dos formas: “sommeil”, que es tener sueño,
estar cansado, y “rêve” que son los sueños que se tienen, las
ilusiones. Desde la place Tolozan aunque no se deje ver el cercano
Ródano podemos soñar con Marsella, o con Toulouse, o con todos los
viajes que planeé desde la cafetería del otro lado de la calle, la
cual esta noche tampoco se ve, y en la que apuraba los minutos antes
de las clases de francés en las que aprendí a distinguir entre los
dos tipos de sueños.
Pero
aquella noche seguí sin embargo la calle, la misma que lleva a Croix
Paquet, donde el tendido eléctrico anunciaba que volvía a ser de
día, aunque sólo fuera en este espacio, pero que también señalaba
la cuesta, infernal cuesta, de vuelta a casa. Eran las tres de la
mañana, se me había hecho tarde, el día siguiente amenazaba con
ser largo, la cafetería estaba cerrada, Silvio hablaba precisamente
de Chico Buarque y de “quién fuera tu trovador”, el Ródano no
estaba iluminado, y mis piernas ya no podían pedalear, pero parecía
que era aún de día.
Fantasmas
de señores con bolsas del mercado, de señoras paseando al perro, de
niños gritando y corriendo, de clochards en Croix Paquet, de
estudiantes, de gatos, de turistas y de obreros. Mientras quedase una sola bombilla encendida, seguía siendo de día, mientras siguiese
dando cuerda a mi cuerpo para subir disciplinadamente la cuesta,
mientras Silvio siguiese cantando, seguía siendo de día. El
fantasma de la ciudad no se acuesta, ya me había dado cuenta aquella
otra tarde de domingo en la que se me había hecho tarde, pero eso ya
es otra historia.
Mientras
una sola de las farolas de las que se escapa la luz con forma de
mariposa en el plateau de Croix Rousse siguiese encendida, volvía a
ser de día, y la noche no era sino un estado de ánimo, como estar
de bueno o de mal humor. La noche era la ilusión, era un “rêve”
y nadie podría convencerme de lo contrario en la noche de la ciudad
en la que la noche no existe. La noche no tiene sentido en aquellos
días en los que brindamos prometiendo que el día no acabará hasta
que no nos vayamos a la cama. La noche no tiene sentido cuando se nos
hace tarde y volvemos a casa arrastrando nuestros cuerpos, almas y
fantasmas por la montée de San Sebastián y pasamos junto a la
esquina con la calle Bourdeau, donde me caí de la bici al resbalar
con el suelo mojado por la lluvia de verano.Y nos acordamos de otras
noches ficticias y eternas, porque la noche es internacional.
Entonces nos acordamos de cuando Martin perdió las chanclas junto a
río y se las llevó la corriente hasta Marsella buscando olor a Heno
de Pravia, o cuando en casa de Marie, acariciando una copa de vino
blanco le dije aquello de que parecíamos dos divorciadas de series
norteamericanas hablando de desamor.
Esta
noche que no es noche recuerda que aunque se me hiciera tarde, nunca
es tarde. En sus Cartas a una desconocida, Stefan Zweig, decía:
“Toda la tarde me la pasé pensando en ti, aún sin
conocerte todavía (...) Aquella noche, sin conocerte, soñé contigo
por primera vez". Puede que no fuera la primera vez que soñaba contigo sin conocerte. Seguramente sea así. La luz eterna y nocturna de Lyon me ha
enseñado a soñar de dos formas, a ver el sol salir en los rostros,
a conocer y reconocer a gente, a dejarme llevar (por la corriente), a
subir cuestas y a disfrutar de nunca más mirar el reloj cuando el
espíritu de las tres de la mañana nos recuerda a través de la luz
de las lámparas de mariposas que, en el fondo, sigue siendo de día.
Y, cuando los artículos vean la luz, en la mañana o en la noche, ya no serán tu sueño privado, serán nuestros. Gracias.
ResponderEliminar