Siempre
me pareció falso el nombre que nos han dado: emigrantes.
Pero emigración significa éxodo. Y nosotros
no hemos salido voluntariamente eligiendo otro país. Ni inmigramos a
otro país para en él establecernos, mejor si es para siempre.
Nosotros hemos huido. Expulsados somos, desterrados. Y no es hogar,
es exilio el país que nos acoge. Inquietos estamos, si podemos junto
a las fronteras, esperando al día de la vuelta, a cada recién
llegado, febriles, preguntando, no olvidando nada, a nada
renunciando, no perdonando nada de lo que ocurrió, no perdonando.
¡Ah, no nos engaña la quietud del Sund! Llegan gritos hasta
nuestros refugios. Nosotros mismos casi somos como rumores de
crímenes que pasaron la frontera. Cada uno de los que vamos con los
zapatos rotos entre la multitud la ignominia mostramos que hoy mancha
a nuestra tierra. Pero ninguno de nosotros se quedará aquí. La
última palabra aún no ha sido dicha.
Bertolt Brecht.
I/ Anécdotas varias.
Primavera
2012.
Dos
chicas esperan en una parada de autobús del Boulevard Saint Michel,
Paris. Es de noche, bastante de noche, y cuando un individuo se les
acerca a hablar con ellas lo primero que piensan es que ha bebido.
Pero no, o en caso de haberlo hecho, no lo parecía. El individuo en
cuestión les interroga sobre el horario del autobús, o algo por el
estilo, y parece hasta simpático cuando, remarcando su acento
extranjero, les pregunta de dónde son. Españolas, contesta una de
ellas.
La
conversación no da para mucho más hasta que el bus de las chicas
aparece y se aproximan a la puerta del vehículo. Justo antes de entrar, el citado
individuo toca en el hombro de una de ellas y sacándose varias
monedas de cobre del bolsillo, las posa en la palma de su mano y con
sorna, pero sin gracia, se explica: Toma, para que paguéis vuestra
deuda.
Primavera
2015.
Casi meses después de los acontecimientos de Charlie Hebdo, una
familia francesa al uso de la alta burguesía se sienta alrededor de
la mesa para cenar la consabida sopa. La madre de la familia (40
años, nieta de resistentes según presume, ingeniera de una
importante empresa del sector de la energía nuclear) comenta su día
en el trabajo. Cuenta como están en proceso de elegir un estudiante
de prácticas para los últimos meses del curso y que se ha pasado la
tarde analizando dossiers y currícula. Luego, con toda naturalidad
informa sobre la siguiente etapa del proceso de selección: buscará
en Facebook y otras redes sociales a cada candidato para ver de que
palo van, “sobre todo los que tienen nombres árabes, que después
de lo que ha pasado, tenemos que tener mucho ojo con no contratar a
un loco”. Ante esta confesión (natural, insisto) de prácticas
discriminatorias delante de sus hijos, la aupair española (cuyo
Facebook no debieron encontrar a la hora de contratarla) a la que
un día la ofrecieron 23 céntimos para pagar la deuda de su país,
se atraganta con la sopa.
II/ No me llames extranjero.
El
hombre que cada après-midi se asienta frente a la basílica de
Fourvière a tocar el acordeón, hoy no tiene ganas. Todos los días,
de lunes a viernes, a las 16.30h. lo he encontrado allí,
infatigable, bajo el sol, la nieve, la lluvia, el viento o el
chirimiri, con su acordeón y un vaso de cartón del McDollars. Cada
día alegraba con canciones de Edith Piaf, Jacques Brel (el de la
sopa, sí) y otros a los turistas, feligreses o paseantes que pasaban
por allí. Cada día, a cambio de una moneda, una sonrisa, o apenas
una mirada. Pero hoy se ha cansado, no tiene ganas, y tan solo mira
al infinito, con el acordeón en el suelo y el vaso de cartón más
lleno que nunca. Es extranjero sus ojos de mar Báltico me dicen que
acaba de darse cuenta de que el arte de los metecos no vale un duro.
El
único puesto de frutas que permanece en pie a las 13h. en el mercado
del quai des Celestins también lo lleva un extranjero. O al menos es
extranjero el que atiende al personal. La cajita de fresas cuesta
1,99, el mango a unidad 1,49, los dátiles 2,99. Su mirada de olivo
me cuenta que allí de donde viene la fruta se sigue recuperando del
jardín de cada casa.
Frente
al mercado, en una tienda de frutas y verduras bio con colores muy
chillones el precio no varía sensiblemente, pero a esta hora está
cerrada. Sus dueños deben estar almorzando en el bistrot de la
esquina, donde el plato del día está a 11,99. Pero, aprovechando la
pausa del dejeuner, un limpiacristales acicala el escaparate para que
el viandante no pierda detalle de lo rojas que están ya las fresas.
El limpiacristales también es extranjero, como el camarero del
bistrot, cuyos ojos de canela me hablan de otros platos del día al
otro lado del mediterráneo.
La
extranjera que se atragantó hace unos días con la sopa niega una
moneda de caridad con la triste excusa de que el dinero que lleva no es suyo a
otro extranjero en la puerta de una de las boulangeries más caras de
la ciudad. La baguette cuesta 1,40 y los bocadillos desde 4,50. Sus
ojos de carbón me dicen lo que su boca de dientes cansados no se
atreve a gritar. "Y verás que soy un hombre, no puedo ser extranjero".
Extranjero
se sentía Mario Benedetti cuando se exilió por no ser desaparecido.
El uruguayo universal reconoce que “he sido en tantas tierras
extranjero” y se pregunta “¿por
qué me siento un poco extraño y/o extranjero (en francés son
sinónimos) en este espacio que es mío y nuestro?”.
No sé si los
extranjeros-extraños de ojos de mar, olivo, canela y carbón han
leído a Benedetti. La servidora de ojos de monedas de cobre siempre
lleva un libro de Mario en el bolso, junto al dinero y la baguette que no
son suyos.
"No
me llames extranjero, traemos el mismo grito,
El mismo cansancio viejo que viene arrastrando el hombre
Desde el fondo de los tiempos, cuando no existían fronteras,
Antes que vinieran ellos, los que dividen y matan,
Los que roban los que mienten los que venden nuestros sueños,
Los que inventaron un día, esta palabra, extranjero."
El mismo cansancio viejo que viene arrastrando el hombre
Desde el fondo de los tiempos, cuando no existían fronteras,
Antes que vinieran ellos, los que dividen y matan,
Los que roban los que mienten los que venden nuestros sueños,
Los que inventaron un día, esta palabra, extranjero."
Rafael
Amor.
III/ La patria de Jules Verne.
En
la escuela francesa los niños aprenden a recitar de memoria las
fábulas de La Fontaine. En el examen oficial de patriota francés
consta como condición sine qua non el ser capaz de aplicar en su día a día la
moraleja del cuervo y el zorro, la cigarra y la hormiga o la gallina
de los huevos de oro. En aquella escena de Amelie en la que Gina dice
que según su madre alguien que se conoce el refranero no puede ser
mala persona, está equivocada. Aquí el refranero es La Fontaine.
Mientras
que en Francia se respiran las fábulas del siglo XVIII, los niños y
no tan niños de todo el mundo sueñan con los viajes de otro francés
ilustre. Recuerdo una soirée llena de extranjeros en la que alguien
sacó de su bolso una edición de La Vuelta al Mundo en Ochenta Días
y la catalogó como la biblia del viajero del siglo XIX. La India
vista por un colonialista inglés, personaje a su vez de un
colonialista francés. Jules, patrimonio mundial de la francophonie
nos llevó a la India colonial, al centro de la tierra, al fondo del
mar y a la Luna. Nos enseñó que, como decía el capitán Nemo, “no
necesitamos continentes nuevos, sino personas nuevas”. Personas
nuevas que no sean nunca más extranjeros.
IV/ El paria.
(De
René Grando, Jacques Queralt, Xavier Febrés: Camps du
mépris. Des chemins de l'exil à ceux de la Résistance. 1939-1945.
Llibres del Trabucaire, Barcelona, 1991 p.116.)
“Coged
un obrero, un campesino, arrancarle de su fábrica, de su tierra: se
convertirá en ese momento en un vagabundo. Acribillad la ruta por la
que camina: adoptará la mirada cercada del fugitivo. Privadle de
comida: se convertirá en un cazador furtivo o un ladrón. Encerradle
con dos filas de alambradas de espino: adoptará la cara sucia de un
prisionero. Obligadle a sobrevivir sin intimidad ni comodidades
mientras que instaura la ley de la selva para satisfacer las
necesidades más elementales. El ser humano ha superado todas las
etapas que le aproximan al animal primario. Podemos así fabricar en
cadena, sin premeditacón, una categoría de parias, de incocables.”
Campo de concentración de Argelès-sur-mer, donde fueron internados miles de exiliados republicanos españoles en el invierno de 1939. |
No te sientas extranjera, extranjero es aquel que no lleva el mundo consigo (o, al menos, debería serlo).
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