"Elle est triste elle fait valoir
Le doute qu'elle a de sa réalité dans les yeux d'un autre."

En exil, Paul Eluard.

lunes, 11 de mayo de 2015

Los colores que me hacen sentir bien.

No deja de estremecerme su miedo, ahora que logro distinguir el pasado y el presente en las blancas dunas de su cerebro. Al principio era difícil saber distinguir. Un suceso, para ser asimilado por ella, se mueve en medio de referencias pasadas. Estas constantes comparaciones me confundían hasta que me di cuenta del color. Cuando experimenta una sensación inmediata, el color es vivo, reluciente. No importa si es oscuro o claro. El negro del presente es un ala de cuervo a la luz de la luna; el rojo es sangre o sol de algunos atardeceres. En cambio, el pasado aparece opaco negro de piedras volcánicas, rojo de nuestras pinturas sagradas. En el pasado, los objetos y las personas emanan un eco apagado y redondo, que contiene nostalgias superpuestas y olores cóncavos. En el presente, las imágenes y los sonidos son lisos, planos y tienen el olor rotundo de las puntas de lanza antes del combate.

Gioconda Belli: La mujer habitada.



Una canción de Topo que le encanta a mi padre pregunta si te has parado alguna vez a ver/ los colores que estallan en Madrid/ cuando al salir del metro, en una tarde otoñal/ el sol se va. Pues claro que sí. Por eso empecé este blog hablando del cielo de Madrid. Por eso me reapropio de la repetida máxima de de Madrid al cielo, incluida en una obra de teatro del XVII (“Pues el invierno y el verano/ en Madrid solo son buenos/ desde la cuna a Madrid/ y desde Madrid al Cielo”). Y aunque mi cultura popular sea bastante limitada en según que aspectos, a veces tarareo aquel cuando llegues a Madrid, chulona mía/ voy a hacerte emperatriz de Lavapies.

Mi hermana dice que Lavapiés huele a falafel. Pero en Lyon hay una calle de apenas 50 metros (no como la calle Atocha, en la que hay más bares que en toda Noruega, según Sabina) en la que caben 7 kebab, uno detrás de otro. Y no, no huele como Lapaviés, en absoluto. Como tampoco la calle más bobo (bohemio-burgués, adoro esa palabra) de la Croix Rousse podría huele igual que las baldosas de Malasaña. Cada ciudad es un pequeño mundo, con sus colores, que muchas veces no sé interpretar. La canción de Topo dice en su estribillo que estos son los colores que me hacen sentir bien. Cada ciudad es un pequeño mundo, con sus colores, que muchas veces no sé interpretar, y no sé si me hacen sentir bien.

Pero, afortunadamente, de vez en cuando la vida nos da una buena y merecida hostia, de esas que físicamente no duelen, sino psicológicamente, y que parece que las estamos pidiendo a gritos. Y cuando resacosa de recuerdos, girando una y otra vez en el mismo carrousel de la nostalgia, parece que me ahogo, la merecida hostia me llega en forma de bote salvavidas. Una amiga me dice aquello que nunca debería olvidar: que no son las ciudades de las que nos enamoramos, sino de la gente que encontramos en ellas. Entonces me acuerdo de una canción de Ismael Serrano que dice que la ciudad parece un mundo cuando se ama a un habitante. Son palabras dulces al borde del Mediterráneo y yo, noqueada, desarmada y vencida, solo puedo mirarla a ella, mirar al mar, a la arena, al cielo, y sentir que sus colores me hacen sentir bien.

Y qué maravilloso es cerrar los ojos (o ni siquiera) y poder ver distintos paisajes, distintas ciudades, distintas compañías. Y que Montpellier de repente se convierta en Córdoba. O Barcelona en Lisboa. O Turín en París. O Lyon en Madrid. Y sentir que la vida es un viaje, qué otra cosa si no, en la que la gente migra, huye, se refugia, se acerca y se aleja. Gente que se mueve y que hace realmente especiales esas ciudades que echo tanto de menos. Esas ciudades con gente sencilla, que puede hacer maravilloso cualquier bar, cualquier playa, cualquier parque y hasta cualquier carretera. Gente que se mueve, como me muevo yo y se mueven en mi cabeza todas las ciudades cuyos colores me hacen sentir bien.

Así que, por favor, si alguna vez vuelvo a confundir dónde y con quién estoy, seguid (como dicen Benedetti y Pablo Milanés) llenando este minuto de razones para respirar. Seguid llenando el tiempo y el espacio de colores, más netos o más vivos, da igual. Y que Toulouse sea algo más que la ciudad rosa, Marsella vaya a más del blanco y azul de puerto de mar, y Lyon termine de desteñir el tono amarillento de sus edificios. Que estallen todos los colores, como en el cielo de Madrid.


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