No
deja de estremecerme su miedo, ahora que logro distinguir el pasado y
el presente en las blancas dunas de su cerebro. Al principio era
difícil saber distinguir. Un suceso, para ser asimilado por ella, se
mueve en medio de referencias pasadas. Estas constantes comparaciones
me confundían hasta que me di cuenta del color. Cuando experimenta
una sensación inmediata, el color es vivo, reluciente. No importa si
es oscuro o claro. El negro del presente es un ala de cuervo a la luz
de la luna; el rojo es sangre o sol de algunos atardeceres. En
cambio, el pasado aparece opaco negro de piedras volcánicas, rojo de
nuestras pinturas sagradas. En el pasado, los objetos y las personas
emanan un eco apagado y redondo, que contiene nostalgias superpuestas
y olores cóncavos. En el presente, las imágenes y los sonidos son
lisos, planos y tienen el olor rotundo de las puntas de lanza antes
del combate.
Gioconda
Belli: La mujer habitada.
Una
canción de Topo que le encanta a mi padre pregunta si te
has parado alguna vez a ver/ los colores que estallan en Madrid/
cuando al salir del metro, en una tarde otoñal/ el sol se va.
Pues claro que sí. Por eso empecé este blog hablando del cielo de
Madrid. Por eso me reapropio de la repetida máxima de de
Madrid al cielo,
incluida
en una obra de teatro del XVII (“Pues
el invierno y el verano/ en Madrid solo son buenos/ desde la cuna a
Madrid/ y desde Madrid al Cielo”).
Y aunque mi cultura popular sea bastante limitada en según que
aspectos, a veces tarareo aquel cuando
llegues a Madrid, chulona mía/
voy a hacerte emperatriz de
Lavapies.
Mi
hermana dice que Lavapiés huele a falafel. Pero en Lyon hay una
calle de apenas 50 metros (no como la calle Atocha, en la que hay
más bares que en toda Noruega,
según Sabina) en la que caben 7 kebab, uno detrás de otro. Y no, no
huele como Lapaviés, en absoluto. Como tampoco la calle más bobo
(bohemio-burgués,
adoro esa palabra) de la Croix Rousse podría huele igual que las
baldosas de Malasaña. Cada ciudad es un pequeño mundo, con sus
colores, que muchas veces no sé interpretar. La canción de Topo
dice en su estribillo que estos son
los colores que me hacen sentir bien.
Cada ciudad es un pequeño mundo, con sus colores, que muchas veces
no sé interpretar, y no sé si me hacen sentir bien.
Pero,
afortunadamente, de vez en cuando la vida nos da una buena y merecida
hostia, de esas que físicamente no duelen, sino psicológicamente, y
que parece que las estamos pidiendo a gritos. Y cuando resacosa de
recuerdos, girando una y otra vez en el mismo carrousel de la
nostalgia, parece que me ahogo, la merecida hostia me llega en forma
de bote salvavidas. Una amiga me dice aquello que nunca debería
olvidar: que
no son las ciudades de las que nos enamoramos, sino de la gente que
encontramos en ellas.
Entonces me acuerdo de una canción de Ismael Serrano que dice que la
ciudad parece un mundo cuando se ama a un habitante.
Son palabras dulces al borde del Mediterráneo y yo, noqueada,
desarmada y vencida, solo puedo mirarla a ella, mirar al mar, a la
arena, al cielo, y sentir que sus colores me hacen sentir bien.
Y
qué maravilloso es cerrar los ojos (o ni siquiera) y poder ver
distintos paisajes, distintas ciudades, distintas compañías. Y que
Montpellier de repente se convierta en Córdoba. O Barcelona en
Lisboa. O Turín en París. O Lyon en Madrid. Y sentir que la vida es
un viaje, qué otra cosa si no, en la que la gente migra, huye, se
refugia, se acerca y se aleja. Gente que se mueve y que hace
realmente especiales esas ciudades que echo tanto de menos. Esas
ciudades con gente sencilla, que puede hacer maravilloso cualquier
bar, cualquier playa, cualquier parque y hasta cualquier carretera.
Gente que se mueve, como me muevo yo y se mueven en mi cabeza todas
las ciudades cuyos colores me hacen sentir bien.
Así
que, por favor, si alguna vez vuelvo a confundir dónde y con quién
estoy, seguid (como dicen Benedetti y Pablo Milanés) llenando
este minuto de razones para respirar.
Seguid llenando el tiempo y el espacio de colores, más netos o más
vivos, da igual. Y que Toulouse sea algo más que la ciudad rosa,
Marsella vaya a más del blanco y azul de puerto de mar, y Lyon
termine de desteñir el tono amarillento de sus edificios. Que
estallen todos los colores, como en el cielo de Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario