“Somos
los últimos residuos de la inteligencia europea. Habíamos creido
generosamente que el espíritu podía revolucionar el mundo, y no era
verdad”.
Juan
Hermanos: La fin de l'espoir.
“Me
despierto.
París.
¿Es
que vivo,
es
que he muerto?
¿Es
que definitivamente he muerto?
Mais
non...
c'est
la police.
Mais
oui, monsieur.
-mais
non...
(Es
la France de Daladier
la
de monsieur Bonnet
la
que recibe a Lequerica,
la
Francia de la liberté)
¡Qué
dolor, qué dolor allá lejos!”
Rafael
Alberti: Vida bilingüe de un refugiado español en Francia
(1939-1940),
El
general Lazare Carnot fue uno de los principales hombres de la
Revolución Francesa. Compañero de Robespierre, fue diputado de la
Asamblea Legislativa y de la Convención, miembro del Comité de
Santé Publique y del Comité militaire, hasta que una
enemistad con su anterior amigo le llevó al exilio en Alemania,
aunque volvería a Francia para ser ministro del interior en el
último gobierno de Napoleón durante los 100 Días. Luego volvería
a exiliarse. Su hijo, Sadi Carnot sería un conocido físico y, su
nieto, presidente de la III República Francesa. Fue precisamente él
el que inauguró una plaza dedicada a su abuelo y a la República en
el primer centenario de la Revolución, en 1889, en Lyon. Cinco años
después, sería asesinado en la misma ciudad por un anarquista
italiano.
Hoy
la place Carnot, frente a la estación de Perrache, es uno de mis
lugares preferidos de Lyon. Leí el otro día que la cantidad de
calles, monumentos y plazas dedicadas a símbolos republicanos y
nacionales franceses fue uno de los elementos que impulsó la
reacción patriótica de de las ciudades del norte de Francia durante
la ocupación nazi, cuando los funcionarios del III Reich comenzaron
a retirar placas y conmemoraciones de la geografía urbana. No sé si
el apego a su glorieuse histoire es
tal como para aprobar esta tesis de nacimiento de movimientos de
Resistencia, pero sí que es uno de los principales aspectos de la
vida cultural (y chauviniste)
francesa. La estatua de la alegoría a la República Francesa,
Marianne, ofrecida por el pueblo francés en 1889, sigue presidiendo
la place Carnot, entre franceses haciendo pique nique,
un carrousel, estaciones de bicicleta, una fuente y las escaleras que
conducen a la estación.
Marianne
sigue allí, intentando llamar la atención de los lyoneses para
recordarles aquellos principios de los que tanto presumen y de los
que se reclaman herederos pero que no practican. Pero nadie le hace
caso, nadie parece reparar en su presencia, y eso que ella se
esfuerza por ser vista. Incluso una vez se colocó un cono de tráfico
naranja en la cabeza. Pero nada. Y a mi me da un poco de pena, pues
sigue conservando su apariencia joven y majestuosa, a pesar del paso
del tiempo y el desgaste de la piedra que la forma. No puede ocultar
lo que ella y yo sabemos: que hace ya mucho que entró en decadencia.
Hace ya mucho que no pinta nada, como los viejos que se sienten
inútiles una vez jubilados y que ya sólo les queda luchar por no
ser enviados a un geriátrico. Y no es moco de pavo, porque la
anciana Marianne es Francia, y Francia es Marianne. La
nation. La patrie. Le peuple.
Entonces, yo, de vez en cuando, me acerco a la place Carnot a hablar
con ella, a hacernos mutuamente compañía.
Silvio
decía que tú, Marianne, querías ser canción (“y Mariana, y
Mariana, y Mariana quiere ser canción”). ¿Sabes? A mí también
me gustaría. Seguramente elegiría ser una del propio Silvio, o, si
no, de Serrat. Alguna poética, en todo caso. Tampoco me importaría
ser Le Temps de Cerices, o La Internacional. Son letras
con mucha fuerza. Y, sobre todo, con mensaje, certero y siempre
lanzado al futuro. Por que qué es esta vida si no es intentar
perdurar. Pero bueno, hablando de cerezas, el otro día terminé de
leerme un libro de Montserrat Roig titulado así, Tiempo de
cerezas. El eje central era el regreso de una muchacha de la
burguesía catalana a Barcelona en 1974, un día después de la
ejecución de Puig Antich, tras haberse marchado doce años antes,
poco antes de la detención de Julián Grimau. Me pareció una gran
crítica a la sociedad de este país, a la burguesía acomodada que
luego encuentra su vida vacía por poco que rasques, aunque estén
podridos de dinero.
¿Vosotros
tenéis literatura así? Estoy segura. Al fin y al cabo, es una
necesidad vital. Pero no serás capaz de negarme que la capacidad
crítica no está muy extendida chez
vous.
O mira lo que han hecho contigo. Mucha liberté,
mucha égalité,
mucha fraternité
escrito en los frisos de los edificios públicos, pero nunca he visto
mayores contrastes sociales que aquí. En un mismo metro cuadrado
puedes ver a un grupo de personas de etiqueta brindando con champagne
en el primer piso y a un clochard
tapado hasta las orejas durmiendo en el mismo portal. Y te lo digo
yo, que en mi ciudad nativa quieren erradicar la mendicidad porque es
nociva para el turismo (sic.). Que sí, que mucho contre
nous de la tyrannie pero
la Francia de Daladier y Bonnet de la que habla Alberti encerró a
450.000 republicanos españoles exiliados en campos de concentración
a cagar frente a la playa. Y no me cansaré de recordarlo, hoy te lo
digo a ti, pero cada vez que puedo, le cuento la historieta a
alguien. ¿Que soy pesada, que me voy por la tangente? Puede. Pero
vengo de un país donde reivindicar la justicia histórica es remover
las heridas. Entonces sólo nos queda dar la matraca o confiar en la
justicia poética, que es bastante más arbitraria y a veces llega
demasiado tarde. Pero también es mi favorita.
Vaya,
empieza a llover.... ¿Aquí llueve hasta en mayo, o qué? Bueno,
parece más bien una lluvia tonta, chirimiri dicen en mi tierra,
espantabobos
en Colombia. En cualquier caso, deberíais estar ya acostumbrados.
Aunque a veces prefiero pensar que no. Mira, hace un par de días fui
a la manifestación del Primero de Mayo. ¡El Primero de Mayo! El día
de todos y todas las obreras del mundo. Yo me esperé que en un país
con la tradición sindical y reivindicativa como el vuestro, se
trataría de una verdadera jornada masiva de, como decís vosotros,
rassemblement
populaire.
Pero no. Por eso prefiero echar la culpa a la lluvia, o a la
controvertida decisión de la red de transporte público lyonés de
no funcionar en todo el día. Y esta misma indignación que ahora te
comento, se la volqué al incauto amigo que aceptó acompañarme a la
manifestación. “Sí, tienes razón” -me dijo- “hoy ya nadie
viene a estas cosas. Sólo jóvenes exaltados y viejos de la edad de
oro del comunismo” Ajam... si total, tranquilo -le dije- de allí
de donde vengo las manifestaciones reivindicativas han dejado también
de tener sentido para muchos. Pero vaya, me esperaba algo más de
vosotros, el pueblo revolucionario por excelencia, ¿o no tanto?
Las
comparaciones son odiosas, me dicen. Por eso, a lo mejor/peor, me
estoy volviendo un poco patriota. Al final va a ser verdad que es
necesario irse lejos para apreciar lo que tienes. A lo mejor deberías
hacer tú eso, desaparecer a ver si alguien te echa de menos en vez
de ponerme un cono en la cabeza. Como en 1940 cuando los nazis
quitaron tu retrato de la Sorbonne. Bref,
otra
cosa que me sorprendió del catastrófico Primero de Mayo es la gran
cantidad de canciones en castellano que pusieron desde los coches con
las banderolas de los distintos sindicatos, partidos y
organizaciones. Desde el A
las barricadas
al Bella
Ciao
versión Boikot. “Es que para nosotros el español es la lengua de
la revolución, ya sabes, Guevara, Castro, Zapata”. Vaya.... pues
para nosotros el francés es la lengua de los burdeles- le respondí,
sin ninguna mala intención. “¿En serio? Yo pensé que era la
lengua de la diplomacia, de la política, de los altos affaires
internacionales”.
Lo
siento, mon
cherie,
camarade.
Eso ya no es plus
jamais.
La belle
époque
pasó. Y lo digo en serio, a veces creo que las esperanzas se
terminaron en 1945. Sobre todo para vosotros o, mejor dicho, sobre
vosotros. Y tú, Marianne, la que quería ser canción, estarás de
acuerdo en esto. O si no, mira lo que han hecho contigo...
:) Ya la echaba de menos.
ResponderEliminar